La práctica de la meditación es quizá una de esas cosas que experimentamos que es a la vez desesperante y enriquecedor. Sentarse por diez o más minutos a observar tus pensamientos, mientras inhalas y exhalas te fuerza a mantenerte ahí anclado y por lo tanto no hay más que atravesar esa experiencia que está ocurriendo: No la rechazas, no la niegas, no la ignoras, y tampoco te identificas. Eso es lo que la hace tan difícil, porque naturalmente y automáticamente lo que hacemos es todo lo contrario. El simplemente permanecer con lo que es, cualquier cosa que ésta sea, pone en evidencia nuestras tácticas ordinarias que utilizamos en la vida: huir, pelear o ignorar.

Al practicar mindfulness y en particular cuando hacemos la práctica formal –es decir el entrenamiento con meditación– caemos inevitablemente como Alicia, en el hoyo de conejo hacia el subconsciente. Todo lo que habíamos estado guardando tras la cortina aparece; lo doloroso encuentra la manera de emerger a ese lugar de quietud, y el reto que hacemos a nuestra conciencia, es permitir a esa aparición estar ahí sin dejar que nos arrebate ningún poder.

Meditando encontramos la voz de la quietud, y ahí empieza el verdadero viaje hacia el Ser. El maestro de Zen Shunryu Suzuki lo solía decir de una manera magnífica: Abre la puerta del frente, y también abre la puerta trasera. Permite que tus pensamientos entren y salgan, simplemente no los invites a tomarse un té.

Se dice mucho más fácil de lo que se logra, porque muchos de estos pensamientos vienen pegajosos, y sin embargo vamos desarrollando poco a poco una cualidad de espaciosidad, en donde ya no nos perdemos con indulgencias automáticas más de lo necesario. Porque el encuentro ha de ser benevolente, mientras reconocemos una sensación, un temor, una obsesión, pero manteniendo la dignidad del respeto a uno mismo para dejar que nos atraviese sin que nos ofusque.

Es difícil, pues nuestro instinto es aferrarnos, ya sea a mantenerlo o a alejar cualquier pensamiento. Pero vuelves a inhalar, a exhalar, y entonces algo, aunque sea mínimo ha cambiado y empieza a desvanecerse

Es aprender a estar en profundo contacto con la experiencia, que puede ser severa, incómoda, zozobrante, acongojante, y darle la bienvenida aunque no necesariamente la absolución. Es como tener una conversación con alguien a quien le has estado sacando la vuelta, pero ahora estás sentado en tu meditación, de frente y sin tapujos, con compasión. En éste encuentro estás abierto para lo que venga, pero no para que se quede a vivir contigo. Muchas veces es necesario darnos una buena oportunidad sin estar mirando el reloj para que se termine, porque muchas cosas estarán atascadas y tenemos que permanecer para que empiece a surgir la voz reconfortante y enternecedora.

El toparnos con aquello que tememos, en un principio puede parecer una maldición, cuando en realidad es uno de los mejores regalos que nos ofrece el subconsciente. De repente está ahí frente a nosotros, tan evidente, con verrugas y todo aquello, mas si sabemos escuchar, nos devela la alquimia para la libertad del ser.

Muchas personas creen que no pueden meditar porque piensan que esa quietud no les brinda nada, y francamente este será el caso si tan solo te sientas ahí en blanco, ausente o pensando en cuál es el argumento ideal con que vas a enfrentar a esa persona en tu siguiente cita. La meditación es un ejercicio de concentración en donde inicialmente utilizamos las sensaciones de la respiración, y desde éste punto ancla observamos cada pensamiento que intenta alejarnos del presente, sin ejercer ningún juicio. En ese momento nos enfrentamos a una bifurcación: Por un lado a la cabeza, a las ideas, las razones –nuestras razones–, las historias, etc. Por otro lado al cuerpo, a la sensación particular y sutil que cada instante brinda. Ése es el lado del mindfulness: los mensajes del cuerpo son el portal al entendimiento. Cuando meditamos nos entrenamos para detectar ésta bifurcación y habrán días en que lo hagamos mejor que otros. Después de los años que llevo meditando, aún sigo perdiéndome en éste punto, y sé que es así para todos los meditadores comprometidos; en realidad no importa perderse, sino lo que importa es volverlo a intentar.

Es justo ahí donde reside el valor. No en el incalculable resultado final de algún tipo de emancipación, sino más bien en la travesía. Es este viaje, incómodo, insoportable, a veces gozoso y calmado, en donde aprendemos resiliencia y cultivamos nuestras fortalezas internas. El objetivo de la meditación no es controlar los pensamientos, sino más bien quitarles el control que tienen sobre nosotros.

Siendo honestos con nosotros mismos ¿cuánto tiempo nos la pasamos dejando que esos pensamientos repetitivos sean los que rigen nuestra vida? ¿Cuántas decisiones finales has hecho secuestrado por pensamientos de miedo? ¿Qué tan seguido te permites vivir la extraordinaria maravillas del instante presente, de ésta respiración?¿Qué pasaría si pudieras cambiar esta realidad y pudieras dejar pasar tus pensamientos como nubes en el cielo cuando te has comprometido a meditar?

Mi primera teoría es que lograrías sentirte mucho más eficiente, íntegro y estarías menos tiempo en el enredo de la ansiedad. Pasarías más tiempo enfocado en lo que tienes que hacer, en el momento presente, –el único que realmente existe– más que en el futuro místico que puede o no cambiar para siempre tu vida y que puede o no llegar.

Empezarías a darte cuenta de que ese pequeño espacio de quietud dentro de ti es el mismo que la quietud dentro de mi.

Si pudieras ir quitando lo velos que cubren tu vida, todos esos que estorban y nublan, y que son agregados, encontrarías esa quietud bendecida.

Así que la próxima vez que tengas un pensamiento, positivo o negativo, en vez de suprimirlo, evadirlo, subyugarlo o agrandarlo, siéntate con él en silencio, experiméntalo con todo tu corazón, y luego de la misma manera que las tormentas, los cometas y los planetas pasan, observalo alejarse.

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Muy bien, pues ya estás haciendo tu práctica de meditación, a pesar de las dificultades con las que te has topado, como sentir muchos pensamientos o muchas emociones apareciendo cuando intentas meditar. Quizá la principal dificultad que has encontrado realmente, ha sido incluirla en tu agenda de actividades diarias. (Si aún no meditas, inscríbete a mi curso y lo hacemos juntos) Como quiera que sea, has estado atendiendo la invitación de estar presente en tu vida, y darte cuenta de los patrones de supervivencia que se activan de manera inconsciente y que nos hacen correr, pelear, o congelarnos; acelerarnos o evadirnos.

La invitación que atiendes es para regresar a la vida, que está ocurriendo en este momento. Hacer una pausa y preguntar: ¿Qué es lo que realmente está ocurriendo ahora? No en el pasado ni en el futuro, sino en éste momento presente.

He estado pensando en éste tema últimamente porque de repente no es tan fácil, ¿verdad? ¿Cómo hacemos esto? ¿Cómo podemos regresar al presente, al ahora?

¿Cómo podemos conectar lo suficiente con esa esquiva pausa que abre el espacio para estar verdaderamente presente en mi vida?

Sobretodo si han habido momentos en donde todo se ha derrumbado, como la pérdida de un trabajo, la muerte de alguien amado, un diagnóstico que nos asusta, el rompimiento de una relación. Y ahora salgo yo con ésta frase trillada, “empieza otra vez, regresa al presente”. A lo mejor más bien te dan ganas de poner pausa a este curso, porque ahorita es demasiado. ¡Lo sé! ¡Yo misma me lo he dicho!

Al principio parece imposible pensar como sería empezar otra vez, cuando el instinto es tan fuerte de correr, pelear, ignorar. Te comparto que para mi ha sido posible, pero muy poco a poco, y sobretodo lo que ha permitido que suceda es darme cuenta de la fuerza subyacente, de la vida que corre por mi cuerpo.

¡Joder! ¡Ahí está!

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En los momentos más obscuros, he regresado de los yermos más áridos al aceptar la invitación de ver lo que está aquí, por un poco más de tiempo, a lo único hermoso que está presente: La mano de mi esposo que me sostiene en el llanto, la flor que colorea una maceta en el jardín, el reflejo de luces de destellan en la sala, la luna que sale por entre la nubes... hasta que vuelvo a aprender a sentir el amor por la vida nuevamente. Volviendo a entrenar las redes neuronales de mi cerebro que me conectan con el gozo, con la presencia, una y otra vez.

Porque es justo ahí, en donde existe esa insidiosa y débil luz que se cuela por los recovecos de mis estrategias, donde el alma se ilumina junto con el cuerpo y la mente.

Lo importante es notar qué tanto estamos habituados a nuestras estrategias de supervivencia, para que cuando éstas parecen estar invadiéndonos, podamos encontrar la veta hacia la luz. Lo hacemos cuando nos movemos de este YO que está controlando, a una capacidad de presencia.

De control (pensar, hacer, dilucidar), a Ser.

A Ser en el momento presente.

Esto no significa que no actuamos, porque ciertamente nuestras estrategias de supervivencia son importantes para lidiar y afrontar lo que ocurre, pero estaremos lidiando y afrontando apoyados en el atributo de SER.

En otras palabras, podemos realizar nuestras actividades imbuidas de presencia de nuestra alma, en vez de la manera mecanizada por el temor de nuestras estrategias.

La práctica principal es la presencia mental, el mindfulness, que lo que hace es notar qué es lo que está sucediendo. ¿Qué esta sucediendo aquí, en éste momento? Y conectar con el cuerpo y sus sentidos, notándolo.

Y la segunda pregunta es ¿puedo permitir que ésto sea? ¿lo puedo dejar ser?

La presencia tiene la doble cualidad de notar y permitir en un espacio despierto.

Es tener la capacidad de reconocer cuando nos hemos ido, y puesto que realmente atendemos el llamado de SER, simplemente recordamos regresar. No es una demanda, una voluntad forzada o exigencia de regresar a la respiración o a las sensaciones del cuerpo, sino más bien reconocer que nos hemos desviado, nos hemos distraído y hemos bloqueado el acceso a nuestra alma. Así que, simplemente, lo recuerdo y regreso.

Cuando te has perdido en tus pensamientos, no juzgues eso, porque solo agrega una capa más de estrategias de control. Cuando has estado divagando en pensamientos, recuerda que otra vez tienes la oportunidad de sentir tu respirar, y estar con lo que está aquí.

No estamos tratando de exiliar los pensamientos.

No desterramos los pensamientos, simplemente no nos perdemos en ellos, sino que nos encontramos otra vez en el camino que nos va develando la capacidad que tenemos de aprender a encontrar los espacios entre pensamientos.

No tengo que decírtelo yo. Ya has notado que hay mucho sufrimiento cuando nos quedamos atascados en el pensar, porque muchos de éstos pensamientos nos mantienen en un estado de tensión, y esa tensión genera más pensamientos. Mindfulness rompe éste ciclo.
Lo que vamos haciendo es ir cortando los condicionamientos que nos mantienen atrapados en sus hechizos, para regresar al presente.

Es un descubrimiento liberador saber que podemos cambiar, de nuestras historias estancadas o de nuestros esfuerzos para controlar, a esta grieta de presencia que nos vuelve a conectar con el alma y la creatividad. Es un descubrimiento maravilloso; esta es la invitación que te hago para nuestro caminar en la práctica de la meditación.

Nayeli

 

El inicio:

¿Porqué haces el camino a Santiago de Compostela? Esta pregunta va directamente a la motivación, a definir cuál fue la semilla que provocó que uno decidiera imponerse el reto de caminar una distancia de 830 km.

Porqué uno hace lo que hace, es una pregunta común de mindfulness; requiere hacer una pausa e indagar -a veces profundamente- y puedes encontrarte que el hilo en realidad se entierra mucho más de lo que habías imaginado, hacia el subconsciente, o hacia el subconsciente colectivo, más allá del yo.

Quizá hay una vaga sensación de atasco en la vida. De alguna manera, la vida misma nos pide buscar algo más y los pequeños cambios que hacemos en nuestra zona de confort no logran aliviar del todo esa sombra de frustración o estancamiento. La vida empieza a sentirse rutinaria, y la rutina es resistencia al asombro, así que uno empieza a permitir que, en medio del silencio que hacemos en la práctica, aflore una semilla en algún momento sembrada.

Entonces puede ser que te des cuenta que, como ser humano, estás hecho para moverte, para andar. Como humanos siempre hemos caminado, literalmente por milenios. Es parte de nuestra herencia (real y metafóricamente) así que uno camina por caminos nunca andados en exploración, hacia la cima de las montañas a la elevación, bajo las superficies descubriendo las profundidades y caminos andados por muchos otros, enlazándonos a la comunidad.

Andar el Camino de Santiago es recorrer todos estos. Este objetivo se convierte en el punto de inicio para responder a la necesidad de examinar nuestras propias vidas; a nosotros mismos desde lo más recóndito.

Así que, ¿cuándo se me ocurrió llevar a cabo este viaje? Es difícil de precisar, responde a un llamado silencioso que fue encontrando su expresión, un eco de cavernas que encontró el oído que escuchó. Todo empieza en el silencio y va penetrando por las fibras profundas de la mente. La pregunta de ¿porqué?, es darte cuenta que has habitado un campo de posibilidades infinitas que luego empezó a emerger hacia una colina de posibilidad, hasta que toma forma en la cima de alguna realidad.

Así que de nuevo en la superficie, en la cotidianidad de la vida, me encuentro organizando, junto con mi esposo un viaje... no uno cualquiera, no una vacación, algo más que no sabemos qué será.

Hacemos una alianza con la tradición de la peregrinación, pero que también es una exploración de la experiencia personal, ese es el lugar sagrado al que queremos llegar.

Poco a poco las cosas van madurando para encontrarnos en el hacer: Hay que apartar tiempo y recursos, hasta que llega el día en que las mochilas están empacadas, los pasajes comprados, las fechas reservadas y la emoción, junto con la duda, latiendo. Entonces salimos de casa, y habrá que tener cuidado a dónde nos llevan los pies que salen de la puerta, porque no sabemos en realidad hasta dónde nos llevarán.

Ahora ya somos peregrinos. Primero tomamos el autobús a la Ciudad de México para ser recibidos en el primer albergue de la peregrinación, que es la casa de la tía que nos acoge con alegría y amor. Al día siguiente es el vuelo hasta Madrid España, y nos encontramos en el segundo albergue, la casa de mi hermana, en donde pasaremos algunos días acoplándonos al cambio de horario refugiados en la calidez de la familia.

Tres días más tarde tomamos el tren hasta Irún, una población en la frontera entre España y Francia, en donde inicia oficialmente el recorrido del peregrino que se dirige a Santiago de Compostela por el Camino del Norte.

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En esta postal de recuerdos, busco compartir contigo momentos que, a lo largo del Camino de Santiago, fueron ocasiones para conectar con la comunidad a la que pertenecemos todos los humanos.

Te cuento que tuve la extraordinaria posibilidad de viajar con mi esposo a España para hacer el Camino de Santiago, el cual era un reto que habíamos estado esperando la oportunidad para llevarlo a cabo. Estas oportunidades nunca llegan de la manera perfecta, tú lo sabes, pero si no las tomamos por los pelos mientras van pasando, se nos escapan mientras vuelan por el viento, así que reconocimos nuestras dudas y temores, preparamos nuestras mochilas como mejor entendimos -considerando ser ligeros- y volamos al otro lado del océano.

En estas semanas ¿cómo ha sido para ti? ¿has podido darte cuenta -y quien practica el mindfulness tiene mejores elementos para ello- de las oportunidades escurridizas e imperfectas? ¿has podido soltar cargas para explorar más ligero el camino de tu propia vida?

No siempre será la ocasión de un viaje, Puede ser por ejemplo, que en medio de tu rutina, logres tener la capacidad de reconocer que es importante atrapar la oportunidad de hablar con esa persona, y soltar las cargas de los juicios y rencores para poder conectar verdaderamente con la vida que está frente a tu rostro.
Las oportunidades, ya sean veloces o sutiles, se posan en las manos abiertas, no con los puños cerrados, no con las ideas estancadas.

Las aventuras, podrás imaginar, fueron muchas mientras recorrimos los 830 kilómetros caminando desde Irún hasta Santiago de Compostela, pero una de las cosas más importantes para mi y parte de lo que quiero compartir contigo, es el reconocimiento de qué es lo que llevamos empacado en el corazón mientras caminamos una larga peregrinación o las jornadas de la vida cotidiana. Solemos pensar que son los aditamentos materiales los que más importan, cuando en realidad lo que marca una verdadera diferencia es la capacidad de mantener la mente y el corazón abiertos aún en medio de las dificultades más inesperadas.

Una y otra vez pasamos por esta lección a lo largo del camino, y junto con ella debimos admitir humildemente la importancia vital de la comunidad entretejida que somos todos los seres humanos.

En uno de los primeros días nos encontramos con Carlos, un maestro del país vasco, que apresuró su paso hasta alcanzar a estos dos peregrinos desconocidos andando por el camino y nos invitó a desviarnos para ser llevados a un muy acertado tour por la tierra de su nacimiento. Carlos compartió con nosotros un fragmento de historia de su vida, de su pueblo, del espacio por el que caminábamos, las plantas que nos rodeaban, las vistas que evocan asombro del mar y del bosque. Mientras caminábamos fuera del sendero marcado por las flechas amarillas, nos fue llevando en un viaje por la historia, de un tiempo en la que esa zona en particular tuvo un auge de importancia cultural en la época del art decó en Euskadi, entre otras anécdotas, que iban siendo adornadas por el bosque del monte Ulía mientras conversábamos caminando. Nuestro encuentro fue inesperado, breve y tremendamente enriquecedor.

Una de las cosas que nos presenta el camino, es la oportunidad de detenernos a escuchar a otro, permitir salir del camino para enriquecerse con lo inesperado. Frecuentemente es en lo que uno no ha anticipado en donde surge la oportunidad de ver una lucecita, como una luciérnaga en el camino, que abre un espacio de agradecimiento que uno no había anticipado.

Otro día, mientras llevábamos caminando en ayunas un buen rato -por falta de previsión- por un camino con pendientes lodosas y resbaladizas en un día lluvioso por el bosque tupido, alcanzamos con cierto esfuerzo a Antonieta, una muchacha de la República Checa. Nos admiramos en secreto de su porte amateur, rayando en lo precario, para luego ser recipientes de la lección de que la mayor expresión de la riqueza no es el exterior sino la generosidad, ya que en una curva del camino nos obsequió con pan, queso y tomate a dos Mexicanos hambrientos, que nos lo zampamos con entusiasmo mientras la lluvia caía con alegría. Antonieta además reveló ser una muchacha de una convicción religiosa magistral, que hacía el camino siguiendo las enseñanzas cristianas, sin sospecha o recelo. Más adelante compartimos la cena y el albergue con ella en el Monasterio Cisterciense de Santa María de Zenarruza para, al día siguiente, desaparecer antes de que saliera el sol por el camino que andamos detrás de ella. ¿Qué tan difícil es tener la humildad para admitir que el bcaminando haciendo conexionesienestar depende de la red de otros? A veces nos sentimos autosuficientes y olvidamos que somos profundamente interdependientes. Si somos capaces de reconocernos unos a otros totalmente entrelazados, la generosidad se convierte en el lenguaje común, más allá de países, creencias religiosas o nivel social, el Camino de Santiago nos iguala a todos para develar totalmente al desnudo esta verdad. Para mi este es un recordatorio que vale la pena compartir.

A lo largo de los días y kilómetros también aprendemos que cada quien lleva su paso y su ritmo, pero en alguna parada, todos nos encontraremos. A veces pensamos que vamos solos, y nos sentimos apartados, aislados. Así que, si bien la marcha personal es diferente, es en el encuentro con la comunidad fraternal en donde se logra estar a salvo.

Recuerdo también el día que caminamos un poco más de 37 kilómetros partiendo de Liendo hasta llegar al icónico albergue en Güemes, “La Cabaña del Abuelo Peuto”. Ese día fuimos hospedados con al menos otros 65 peregrinos que llegaron a su paso, en su momento, la mayoría antes que nosotros. Si a lo largo del camino hay un lugar en donde la expresión de la comunidad es esencial, es éste. El mayor dolor que hay en el mundo actualmente es la desconexión. Todos tenemos la necesidad fundamental de sentir que pertenecemos, de sentir que estamos conectados a una comunidad. En Güemes se vive el encuentro solidario con quienes nos encontramos en el camino de la vida. Nosotros llegamos exhaustos y ampollados, pero con sorpresa y entusiasmo nos fuimos encontrando con muchos peregrinos con quienes habíamos compartido etapas anteriores, y conocimos a otros tantos con quienes compartiríamos etapas posteriores, concurriendo con la cena, la tertulia y el descanso reparador. La filosofía en Güemes, liderada por el Padre Ernesto, deja una huella tan profunda y entrañable como el llegar a Santiago de Compostela. Una respuesta a la búsqueda de quienes peregrinamos la vida.

La vida moderna nos provee de una gran variedad de bienes de consumo, que sin duda han facilitado mucho nuestros quehaceres, pero al mismo tiempo nos han desconectado, de nosotros mismos y de otros, así que algo común de quienes hacemos el camino es una búsqueda... de algo que no nos han dado ni las tecnologías ni los estudios académicos.

Espero que mientras lees mis recuerdos de esos días, puedas sentir la conexión que tenemos aquí la escritora y ahí el lector, porque más allá de las letras y símbolos, o el medio por el que lees, estamos resonando juntos con las preguntas que nos hacemos, con los recuerdos y anhelos que han sido evocados de tu propia vida y experiencia, mientras te cuento de la mía.

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A lo largo del camino nos topamos con frecuencia en la encrucijada de no saber. Frente a nosotros se abren dos opciones: por un lado la oportunidad de liberar y por otro lado la oportunidad de confirmar.
Como humanos evolucionamos de los mamíferos que tienen la propensión natural de no estar bien ante lo
desconocido, porque huele a peligro. Nuestro cerebro está listo para interpretar que estos instantes de incertidumbre se conviertan más bien en momentos de amenaza que de crecimiento. El registro que guardan nuestros genes es que es más importante sobrevivir que aprender.

Llegamos a Irún alrededor de la una de la tarde. El plan original era encontrar hospedaje en éste punto inicial, el cual considerábamos que sería el albergue municipal, pero no contábamos que a esa hora estaba cerrado y no abriría sino hasta las tres de la tarde.

De repente, lo que surge en la mente, como si nos brincara encima un sombrero invisible que envuelve la cabeza es la duda, que nos dejó deambulando por la ciudad sin un objetivo concreto. Seguramente tú sabes cómo es esa sensación de no saber: la atención está alerta y expectante; todo se enfatiza porque además te encuentras en un lugar que no conoces, vaya ¡ni siquiera sabes la dirección a cuál dirigirte! Así que abres bien los ojos y buscas señales, mientras el corazón late con fuerza en el pecho.

La mente que no sabe es temerosa y escurridiza; en general no nos gusta a los humanos esta sensación, pero si la has reconocido con mindfulness, puedes encontrar que es en el espacio de no saber donde la creatividad germina, en donde la valentía brinca con entusiasmo y en donde la equivocación no es tan amenazante.

Caminamos unas cuadras hasta que decidimos que era buena hora para comer y así hacer tiempo hasta que nos pudiéramos registrar. Pero la inquietud ya estaba sembrada, por lo que decidimos avanzar 19 km de distancia hasta la siguiente población. Era el primer día y el entusiasmo ya corría por las venas, sobretodo de Oscar que insistía que se sentía super hombre como para arremeter con cualquier camino, veloz y gozoso.

Así puede ser la mente del principiante y es una buena mente para iniciar: los desafíos pueden verse con entusiasmo y aventura, o con recelo y temor; y esta perspectiva inicial puede hacer mucha diferencia. Para mi, esta influencia positiva de mi esposo fue justo lo que necesitaba para no permitir que la incertidumbre nos detuviera.

Así que, ya avanzada la tarde, salimos buscando las flechas amarillas. Quien hace el Camino a Santiago va familiarizándose con estas señales que buscamos en momentos de no saber, para convertirlos en una especie de juego de atención y confianza. Cuando llegas a una encrucijada, a un desvío, a una vuelta y vuelves a sentir ese sombrero de duda, la invitación que hace el camino es abrir el corazón a la confianza y abrir los ojos con atención. Por un momento suspendes el empuje con el que tus pasos marchan porque te encuentras otra vez en el territorio de no saber, que te acompañará continuamente. Conforme los kilómetros pasan se va desperezando la confianza en la red de peregrinos que han andado por ahí antes que tú, y han dejado una señal para que no pierdas la dirección, y también se va despertando el juego de observar, porque las señales las encontrarás en las piedras del piso, en los troncos de los árboles, en las bardas o banquetas, más arriba, más abajo, un poco adelante, un poco atrás de donde estás.

Cuando eres un novato haciendo el Camino a Santiago, no saber es una de las principales experiencias que se escabullen bajo tu sombrero de peregrino. Olvídate del lodo o el cansancio: no saber se convierte en tu nuevo compañero. Además de no saber si el cuerpo, los pies, la salud y la fortuna serán tus aliados, nos iremos encontrando con otras muchas incertidumbres; una de ellas era si encontraríamos espacio en el siguiente albergue.

La verdad es que no somos unos héroes de la incertidumbre, pues es importante considerar que tanto es tolerable. Caminar te invita a ser transigente y no esperar nada seguro, pero eso no significa que no te anticipes y seas previsor. Para nosotros el saber cómo va a estar el camino o qué vamos a comer, no es tan importante como que finalmente vas a poder llegar a una cama para descansar; eso era lo importante. Además, como estábamos saliendo ya tarde, tuvimos la precaución de llamar con anticipación al albergue en Pasajes para reservar.

Con esta tranquilidad caminamos por el bosque hasta llegar a Pasajes. El camino estaba húmedo y lodoso, el cielo cargado de nubes obscuras, pero el sendero era de verdad bonito. Llegamos a pasajes mientras comenzaba a caer una ligera lluvia. No bien nos acercamos a la puerta, el hospedero nos anuncia que no hay lugares, que el albergue ya estaba lleno. “¡Pero he hablado por teléfono antes!,” me escuché decir con sorpresa y preocupación. Pues sí, había todavía una cama disponible y un colchón extra que acomodaron en el área del comedor y que esperaba nuestra llegada. ¡Qué bueno que habíamos llamado antes!, porque justo unos minutos antes habían mandado a otros jóvenes peregrinos a seguir caminando porque ya no había lugar. En ese momento empezó a llover fuertemente. Nos acostamos sin cenar, pues no habíamos considerado llevar comida, pero nos sentíamos a salvo, seguros, ya bañados y resguardados mientras las gotas de lluvia golpeaban sin cesar afuera.

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A la mañana siguiente salimos del albergue con el estómago vacío pues a esa hora no encontraríamos nada abierto para abastecernos. Frente a nosotros solo estaba el reto de las escaleras, el camino y el no saber qué ni cuándo comeríamos. No saber te invita a ser flexible, a confiar y, efectivamente, en un momento crucial encontramos nuestro desayuno.

El itinerario que planeamos era caminar unos 24 km, cruzando Donostia San Sebastián hasta llegar a Orio, así que nuevamente llamamos con anticipación al albergue para anunciar que llegaríamos. De nueva cuenta fue una apuesta ganadora porque, como el día anterior, al llegar al albergue nos anunciaron que estaba lleno, pero por fortuna nuestra litera estaba esperando nuestra llegada. A partir de entonces esta estrategia fue la que implementamos para casi todas las etapas.

Más adelante tendríamos que aprender otras lecciones, referentes a la comida, a los pies y las ampollas, al peso que cargamos en la mochila y más, mismas que ya te iré contando.